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Efecto Green – Blog Slow Life

Aprendiendo a meditar

aprender a meditar

Ay…madre del amor hermoso…puede ser que esto de la meditación no sea para mí porque te digo que el otro día fui a una sesión gratuita en un dojo de Barcelona y salí de allí asustadita.

Dos horas sentada con las piernas dobladas y mirando a la pared.

¡Pero cómo voy a meditar así si en lo único en lo que pienso es en no perder la movilidad de mis piernas! Y te digo que por algún momento los pies se pusieron morados…

Pero antes de contarte cómo fue ese intento de meditación…Déjame que te recuerde cómo llegué hasta aquí.

Encontrándome a mí misma

Como te comenté en el último post, últimamente he cambiado un poco mi vida para volver a conectar conmigo misma.

Llevaba un tiempo desconectada, viviendo con el piloto automático, así que un día me paré y decidí escuchar a mi cuerpo.

De esa escucha interior saqué una serie de cambios para introducir en mi vida y recuperar la slow life que tantas alegrías me había dado.

Uno de los principales propósitos que me he marcado es el de adentrarme en el mundo del mindfulness y la meditación.

Para empezar, me compré un libro que me recomendó mi compi Héctor, Mindfulness para Principiantes de Jon Kabat-Zinn.

Después me puse a buscar sesiones de meditación gratuitas por toda Barcelona.

Encontré unas cuantas la verdad, así que llevo unas semanitas indagando sobre diferentes tipos de meditación, relajación o maneras de respirar correctamente.

Todo muy bien…hasta que llegué a este sitio.

En silencio, de negro y mirando a la pared

Antes de nada quiero dejar claro que esta es solo MI experiencia con este tipo de meditación. No pretendo molestar a nadie ni faltar al respeto a ningún tipo de práctica. En cualquier caso, y a modo de spoiler, os adelanto que os recomiendo probar y ver si a vosotros os gusta o no.

Agosto. Barcelona. 32ºC. 80% de humedad. 18.30h de un viernes por la tarde.

Llego a la puerta del dojo de meditación sudada y con la tensión por los suelos. Hasta aquí, ninguna novedad en mis veranos barceloneses.

Llego pronto. El portal está abierto, así que subo.

La puerta está cerrada.

La clase empieza a las 19.00. ¿Timbro ya? ¿No? Decido esperar fuera hasta las 18.45h.

Escucho gritos en la puerta de enfrente….

¿Perdona? ¿Eso qué es? Alguna clase de defensa personal – pienso.

Se oyen más gritos.

Ay señor…qué cosa más rara.

Llega un señor.

– ¿No hay nadie dentro? – me pregunta.

– No lo sé. Todavía no he timbrado – respondo.

El hombre se me queda mirando con cara de póker así que timbro antes de que me insulte con su mirada.

Abre una mujer de mediana edad. Pelo rapado. Túnica gris hasta los pies. Habla muy suave…

¡Qué gusto! Me encantaría hablar así como si me hubiera tomado 800 tilas por la mañana.

Me invita a ir a un vestidor, dejar las cosas, apagar el móvil y sentarme en una sala.

Se está fresquito…¡menos mal! Pena que el aire acondicionado acabe con el planeta – pienso – porque esto es una maravilla.

Se vuelven a oír gritos al otro lado de la puerta. No aguanto más y le pregunta a la mujer de voz tranquila.

– ¿Estos gritos que son? ¿Una clase de yudo? – pregunto.

– No, creo que vive alguien que está mal de la cabeza – se ríe tímidamente.

Ups! Pobre

Voy a la sala que me ha dicho la mujer de voz tranquila y empiezo a inspeccionar.

Buf…empiezo mal.

Todo es negro….Yo, de blanco impoluto.

Qué típico en mí liarla con estas cosas.

En una pared hay muchas fotos. Las miro. Todas son iguales.

Gente vestida completamente de negro, sentada en el suelo y mirando a una pared blanca.

Es raro. ¿Por qué mirando a la pared? ¿Qué pasa?

Me da mal rollo…Gente vestida igual haciendo lo mismo…Buf…aire de secta. No me gusta. Lo digo yo que estudié en colegio de monjas…lo siento pero hay cosas que marcan para toda la vida.

Me siento en una de las sillas de la sala y veo que hay otra habitación al lado. No puedo ver nada porque hay una cortina que lo impide.

Ggggrrrr…¿Qué habrá ahí dentro?

Vuelve la señora amable de voz baja y me dice que empezaremos en breve.

Estoy sola.

Si la sesión es para mí sola sí que va a ser esto intenso – pienso. Pero no. Al rato llega otra mujer vestida de colorines.

Bien! Ya hay una más llamativa que yo 🙂

Se sienta enfrente de mí y esperamos en silencio.

Llegan otras dos chicas y un chico.

Ya estamos todos y empezamos.

La señora de voz amable va a la sala de al lado.

¡Hay alguien ahí!

Y sale un hombre vestido con túnica de color mostaza y granate.

Así que este es el importante…la pobre mujer es solo…¿la sirvienta?

Rollo chungo. Eso de que haya mujeres que sirven a hombres no me gusta nada…Insisto…estudié en colegio de monjas. Hay traumas que no se superan.

Este hombre nos invita a coger un cojín negro de estos que usa todo el mundo. Ya sabes, lo recomendado en época de coronavirus 🙂 Pero bueno…como va para el culete pues tampoco me preocupa mucho.

Nos lleva a la sala y nos invita a que hagamos una reverencia ante el altar que preside la sala.

Perezaaaa….

A estas alturas ya conocéis mi trauma, así que no me juzguéis. Eso de hacer reverencias no se me da nada bien.

El maestro nos invita a sentarnos en las mat que hay en el suelo.

Y aquí empieza todo…

Charla, meditación y una sorpresa de última hora

Nos sentamos. Yo, muy optimista, doblo las piernas como cuando hago yoga.

¡ERROR!

En yoga estoy dos minutos con las piernas dobladas, aquí la cosa pinta más larga.

La de enfrente mía se sienta como en la barra de un bar.

Esa es lista – pienso.

Y el chico, que lo tengo al lado, también se va moviendo como puede hasta encontrar la postura.

Y así…incómoda y con las piernas doloridas después de solo 5 minutos, ese hombre empezó a hablar de mil y una cosas nada interesantes.

Empieza vendiéndonos los cursos que tienen en el dojo.

¡ERROR!

Me encantaría levantarme y decirle a este hombre que está empezando por el final.

Primero la experiencia, después la venta.

Entonces, este hombre estaba allí vendiendo sus cursos y cuando termina empieza a hablar de la postura en la meditación.

A ver no dudo de su importancia pero yo me espera algo…más…digamos….¿profundo?

No sé…algo que me ayudara a recapacitar, a pensar, a indagar sobre mi ser.

Desde luego no me esperaba una charla de 1 hora sobre la importancia de la postura.

¿En serio? ¿1 hora para contarme la importancia de la postura?

Lo siento pero eso no engancha, hijo de mi corazón.

Y pasamos a la práctica…

Así que después de una hora explicando cómo sentarse bien, este hombre nos muestra cómo poner las piernas.

Cada vez que mueve la túnica se le ve la pierna entera y yo solo puedo pensar que espero que lleve calzoncillos porque si le veo algo en medio de tanto giro de piernas me da un infarto.

Eso sí su explicación me sirve para darme cuenta de que mi postura de yoga es incómoda y además incorrecta.

Me siento siguiendo sus indicaciones y mi situación empeora por momentos.

Entonces es cuando este buen hombre intenta hacer algo bueno conmigo.

Maestro: Debes bajar más las rodillas para que toquen el suelo.

Yo: Eso es imposible.

Maestro: No. Claro que es posible.

Yo: Créame…es imposible…esto no baja.

Me da por perdida…

Menos mal.

Llevo ahí ya 1 hora sentada. Miro mis pies. Están morados. No es broma. Voy a perder un pie. Al menos un dedo. Este color no es normal.

Los doy por perdidos mientras escucho quejarse al chico de al lado.

El pobre es todo onomatomeyas y suspiros por su dolor de piernas.

El maestro pide otro cojín para él y ¿quién lo trae?

Efectivamente, una mujer. Esta vez es otra diferente a la mujer de voz amable.

Otra mujer – pienso – No me mola nada este rollo.

Esta lleva una túnica diferente a la mujer de voz amable. Creo que es de menor rango o así (me lo imagino yo en mi cabeza).

Trae otro cojín.

Ese chico ya tiene doble boleto para coger coronavirus esta tarde – pienso.

Me río…Me río mucho internamente porque aquello es todo muy raro.

Vale. Llega lo bueno – pienso cuando veo que vamos a meditar.

Maestro: Cerramos los ojos por favor.

Y ahí me quedo preparada para escucharle hablar pero….¡nada!

Ahora que necesito que este señor hable, se queda callado.

Un giro inesperado de los acontecimientos…

Y ahí estoy yo con mis ojos cerrados y de repente…

¡Entra gente! Uy….pero quién.

Tengo los ojos cerrados pero quiero abrirlos para ver quién entra.

Imposible aguantar la curiosidad.

Los abro un poquito y veo que llega gente (todos de negro, como no) con sus cojines de meditación (como no) y se sientan en las mats que quedan libres.

El maestro dice que es gente que viene a sus sesión de meditación habituales.

Deben de ser las 20.00h…Buf…llevo así sentada 1 hora…madre míano podré moverme.

El maestro nos pide que nos giremos mirando a la pared y nos dice el ritual para hacerlo.

Primero levantarse, estirar las piernas, girar y sentarse otra vez.

¿Levantarse?

Querido mío…será un milagro si puedo deshacer el nudo de mis piernas y moverlas. Así que levantarse son palabras mayores.

El chico de al lado sigue quejándose. Consigue levantarse, se agarra a la pared, parece que va a caer pero no. Se apoya poco a poco con los pies. Me da penita el pobre. Está sufriendo.

Este no vuelve ni de coña – pienso.

Me levanto. La sangre llega a los dedos de los pies…

Uy qué gustito. Quizás no pierda nada.

Hago el ritual y me siento mirando a la pared.

No sé…es raro estar mirando a la pared.

Que digo yo… En 1 hora de charla sobre la importancia de la postura, quizás nos podía haber contado por qué es tan importante estar de cara a la pared pero bueno…

Dan un mazazo al tambor que hay allí. Retumba en la sala.

¡Coño! ¡Qué susto!

Y se queda todo en silencio.

Oígo las tripas del de al lado.

El chico sigue quejándose.

Trago saliva y me parece que lo ha escuchado todo el mundo a mi alrededor.

¿De verdad tragar saliva suena así de fuerte?

Pero, ¿nadie más traga saliva? No oigo a nadie.

Y ahí…en medio de ese silencio, en vez de relajarme y dejar que los pensamientos fluyan, empiezo una interesante conversación conmigo mima.

– Conciencia: ¿Y ahora qué?

– Yo: Buf..ni idea. Hay que meditar.

¿Y cómo lo hacemos?

– Hay que dejar la mente en blanco.

– ¿Qué me calle yo? Ya! Vas buena.

[Mi mente sigue yendo de un lado a otro sin freno. Creo que esto no funciona pero estoy a gusto.]

– Es de lo más raro en lo que he estado últimamente.

– Ya te digo. Hace tiempo que no vas a cosas así.

Es verdad…No sé cuándo fue la última vez.

– Deberías hacerlo más a menudo.

– Es verdad. Además en Barcelona hay para elegir.

– Te gusta Barcelona, ¿verdad?

– Sí, estoy a gusto la verdad. ¿Por qué?

[Suena la campana.]

– Ay hombre, con lo bien que estábamos aquí nosotras hablando y este hombre toca la campana. ¿Qué hay que hacer?

– Yo qué sé. Seguir al resto.

Sigo a mi compi de al lado. Él se levanta, pues yo también. Nos quedamos de pie con los brazos como si fuéramos el pequeño saltamontes antes de un combate en Karate Kid. Una mano con el puño cerrado y la otra envolviendo el puño por encima.

El chico de las piernas se levanta a duras penas.

Este hombre sí que perderá un pie hoy – pienso.

Y empieza la meditación de pie.

¿De pie? ¿En serio? Ya me cuesta sentada como para concentrarme caminando..

Pero oye…creo que fue mejor.

Al menos estaba muy pendiente de no pisar al de delante así que por un momento me centré en el momento presente.

Vuelta lenta al altar que había en medio de la sala y vuelta a nuestros sitios a sentarnos con las piernas dobladas (otra vez)

Nooooooooooooooooooooooo

Y allí volvimos para estar 30 minutos más mirando a la pared en silencio…

Un festival de alegría…

Te puedes imaginar lo que hice esa otra media hora, ¿no?

Efectivamente. Seguir la conversación con mi conciencia.

Y hablamos y hablamos durante otros 30 minutos y aunque no medité lo más mínimo debo reconocer que me gustó estar así en silencio, hablando conmigo misma.

Hacía tiempo que no me paraba a pensar en cómo me siento, si estoy a gusto con la vida o no. Si me gusta en dónde vivo, qué hago o con quién estoy…

Sinceramente, solo por eso, ya valió la pena la experiencia.

Y así se terminó…

Terminó igual que empezó.

El maestro explicando los cursos de pago que tienen en el dojo (Error!) y paseíllo delante del altar para hacer una nueva reverencia.

Me fui de allí pitando.

Fui la primera en llegar y la primera en irme y salí de allí riéndome yo sola porque fue todo muy gracioso.

Y si me preguntas, ¿que si valió la pena?

Sin duda.

  • Valió la pena por vivir en primera persona este tipo de meditación (aunque no sea lo que yo estoy buscando.)
  • Valió la pena por estar una horita en silencio charlando conmigo misma.
  • Valió la pena por…el aire acondicionado jijijijijijij

A solas contigo y tus pensamientos

Y tú, cuándo fue la última vez que pasaste tiempo contigo, hablando, escuchándote y dejando fluir los pensamientos (sean buenos o malos).

Recuerda: no somos lo que pensamos. La cabeza va por libre. Así que no te juzgues cuando escuches a tu mente pensar barbaridades que no suscribes.

Pero para ello, primero tienes que quererte lo suficiente como para pasar tiempo a solas y dedicarte unos minutos (¡o una hora!) a entender cómo te sientes.

Solo así podrás detectar las señales de emergencia que te manda tu cuerpo y actuar antes de que sea demasiado tarde.

¿Por qué no lo intentas?

Cierra esta página, desconecta el móvil y escucha lo que tu conciencia te tiene que decir.